La exigencia de ser feliz en el propio puesto es un movimiento imparable que tiene que ver con una nueva relación de los empleados con sus empresas, en un escenario sociolaboral en el que todo cambia a ojos vista.
El caso francés –uno de los países con la mayor tasa de suicidios– es un ejemplo de cómo las compañías y el Estado se esfuerzan por implantar soluciones a un drama cotidiano, al que ha abocado la crisis acentuando unas condiciones que han hecho del trabajo un elemento tóxico para los empleados.
Son nuestros vecinos puerta con puerta, pero tienen más dinero, menos paro (9,1 %), cobran más (1.365 € de SMI), disfrutan de mejores condiciones laborales, son más productivos, y, además, trabajan menos horas (35 horas semanales de jornada laboral). Sin embargo, están entre los mayores consumidores de antidepresivos en el mundo. Francia es uno de los países europeos con la tasa de suicidios más elevada –entre 10.500 y 15.000, según los expertos–, la mayoría de ellos ligados al estrés profesional.
España HOY: 21,52% de desempleo y 641,40 € de SMI para una jornada laboral de 40 horas semanales
No puedo dejar de pensar en lo irónico que es leer cosas como ésta, que se centran en el drama del trabajo “como patógeno” para el trabajador mientras plasmo las cifras de desempleo que tenemos en España y me pregunto qué tipo de situación clínica tenemos entonces en nuestro país cuando trabajamos más, peor remunerados y además tenemos que hacer un esfuerzo ingente por conseguir trabajar así ante la carencia de ofertas y puestos a que nos conducen las cifras del desempleo actual.
El artículo, en cuestión, es un análisis de la situación laboral -en empresas francesas- que ha conducido a que los trabajadores sufran lo que la especialista en psiquiatría María Pezè ha dado en llamar “RIESGOS PSICOSOCIALES” (léase exceso de carga profesional, falta de reconocimiento y de autonomía, incompatibilidad entre vida laboral y personal y la sensación de no saber por qué se trabaja ni qué sentido tiene). Asevera que uno de cada tres franceses sufre alguno de estos síntomas.
“Según datos oficiales, uno de cada dos trabaja contrarreloj, uno de cada tres recibe órdenes contradictorias de sus superiores y un tercio asegura vivir a diario situaciones de tensión”.
Además,otro de los elementos en números rojos es la palmadita en la espalda. Hay un déficit en el reconocimiento del trabajo bien hecho. «Los empleados encuestados (…) respondían que su principal problema era que no sabían qué sentido tenía lo que hacían».
“La gente se siente mal si no puede hacer una labor de calidad. Y la empresa exige al trabajador cosas distintas a las que éste entiende como buen trabajo”.
En el artículo se sostiene que, el francés, vive el fracaso o el éxito profesional de una manera muy personal y que el trabajo es un valor muy importante para él. Bueno, supongo que no podría decirse que sea muy diferente a lo que un español o un italiano opina de su fuente de ingresos, sustento de su casa y medio (o uno de ellos) de autorrealización en muchas ocasiones.
El caso de los suicidios en France Telecom, empresas de telecomunicaciones francesa donde más de 60 empleados se quitaron la vida entre 2008 y 2011, hizo saltar las alarmas en el país vecino. En otoño de 2009 la empresa vivió su pico más dramático. Pero lo que me parece más importante del dato no es el nombre de la empresa sino el comentario que hacen después al respecto:
«La compañía ha sufrido una fuerte crisis social que se explica en los cambios derivados del proceso de privatización. Los empleados, la mayoría ex funcionarios, se han tenido que adaptar de manera abrupta a los cambios, sin paños calientes”
(¿Le suena a alguien esta situación dentro de nuestro país? Espera, aún hay más…)
“Aunque sea el más conocido, el de la operadora no es un caso aislado. Otras grandes empresas galas han vivido en los últimos años crisis sociales similares. En la Poste, el servicio de correos francés recientemente privatizado, 70 personas se han quitado la vida en los últimos tres años, según los sindicatos. Renault tiene varias denuncias por muertes voluntarias en sus filas, y el pasado mes de mayo la Justicia reconoció la culpa de la empresa en una de estas bajas”.
Y de nuevo me sorprende, más que el nombre de una u otra empresa (conocidas en España, por otro lado, donde podemos reconocer su peso), el comentario que prosigue al respecto:
«En los últimos años ha habido una lucha de las compañías por adaptarse a la globalización y por ser competitivas. Muchas se han reorganizado para ser más productivas, y en este proceso no se han medido los riesgos que representaban los cambios para la salud de los trabajadores”.
Los suicidios sólo son la parte visible del gran iceberg del problema. Así mismo se muestran alarmados por los infartos y enfermedades derivadas del estrés laboral en las empresas en las que hay altas tasas de suicidios. Además del coste humano, esta lacra le cuesta al Estado entre 3 y 4 puntos del PIB.
No sé si a estas alturas del artículo debería pensar eso de “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”, porque en nuestro país (y fuera de nuestras fronteras) aún hay muchas personas que se están preguntando cuál es la clave de tanta contención social y de que no estemos, ya no suicidándonos, sino no matando a nadie (es un decir…léase “salir a la calle en masa” y con eso baste), con esas cifras de desempleo y las condiciones laborales que se están generando (recortes salariales / ofertas salariales a la baja y ampliaciones de jornadas multifuncionales – es decir, más horas haciendo más de todo – ) fruto de la escasa oferta y el exceso de demanda.
«Hay una degradación creciente de las relaciones laborales –dicen en Francia-. En algunos casos las organizaciones no permiten expresarse a los asalariados, pero hay otras en las que el acoso está organizado. Existe un management organizado y orientado a hacer daño al trabajador».
La familia es un sostén importante para quien no se encuentra cómodo en la oficina. Por eso, el Gobierno incentiva a las empresas que ayudan a sus trabajadores a conciliar. Pero los franceses se llevan el trabajo a casa. «Los límites entre vida profesional y personal se ha difuminado. ¿Quién no contesta a mails de trabajo los fines de semana?
Al respecto, comienza a haber una corriente que habla del “empleado 3.0” como el trabajador del futuro, el ideal de asalariado para cualquier empresa. Y lo cierto es que oyendo lo que explican de él parece todo un profesional entregado y dichoso, pero… ¿no nos estaremos metiendo solos en la boca del lobo?
Veremos qué pasa de aquí a unos años cuando uno/a no sepa o no pueda poner coto a su vida privada ni a su tiempo personal porque seremos trabajadores extra-on (siempre conectados). Tal vez, en un futuro no muy lejano, los consultores de RRHH, los Coach… tengan que poner el énfasis de sus intervenciones en el manejo del lenguaje asertivo, en enseñar a decir “no” a los empleados super-3.0 si no queremos vernos abocados a una situación como la que dicen que Francia vive ahora, de suicidios masivos por causas laborales.
PERO LO PEOR ESTÁ POR LLEGAR…
Los expertos advierten que la crisis dañará aún más la moral del trabajador francés y pronostican un pico de suicidios el año próximo. Según la teoría de Phillipe Rodet, médico y consejero de empresas, «una crisis entraña un verdadero sufrimiento que alcanza su punto crítico TRES AÑOS después».
«Los franceses invierten mucho en el trabajo y éste es cada vez más maltratador».
Creo que la crisis global que estamos viviendo y, concretamente, su reflejo en Europa, podría permitirnos generalizar este párrafo y que no se refiera sólo a nuestros vecinos galos.
El Gallup Healthways Well Being Index asegura que “los trabajadores que están desconectados emocionalmente de su trabajo tienen una percepción de sus vidas mucho más pobre y pesimista incluso que aquellos que están en el paro” –(¿?) este comentario creo que merecería ser objeto de otra extensa reflexión -.
LA SELECCIÓN: CLAVE PARA QUE EL PUESTO NO HAGA DAÑO AL CANDIDATO
Las empresas deben tener en cuenta algunos factores para no ‘engañar’ a los candidatos y evitar que el elegido se queme en su trabajo (o que éste se vuelva un patógeno en su vida):
– Lo importante es alinear la posición con el perfil, el reto profesional y la motivación. No se debe engañar al posible candidato si se sabe que hay dificultades en el empleo que se debe cubrir. Hacer ver los retos, las presiones, el estrés, o los objetivos y demandas complicadas.
– Las personas aguantan más de lo que parece, pero no de forma indefinida. Se debe ver seguridad y determinación cuando se trata de tomar decisiones.
– Lo primero es que la gente se crea lo que ve y que se comprometa con la empresa. Hay que tener muy clara la descripción del puesto. No se puede destacar sólo lo positivo.
– Para que el candidato quiera pertenecer a la cultura de la empresa los valores deben ser verdad y las funciones deben estar bien planteadas.
– En ocasiones, las organizaciones no están preparadas para asumir perfiles capaces de llevar a cabo tareas desagradables. En estos casos la persona mejor preparada técnicamente puede no ser la más adecuada